Son las 10 a.m. de un jueves frío de mayo. Tomo mi bicicleta y voy al estadio de Pacaembu. Policías por todas partes, calles cortadas, constituyen una escena atípica para los paulistanos de la región central de la ciudad. Corro para buscar mi entrada y me encuentro a unos amigos del sur de Brasil, que vinieron específicamente para esta ocasión. Una atmósfera de alegría llena el estadio, jóvenes de todas partes del país, pero también argentinos, paraguayos, mejicanos, bolivianos, hermanos de América Latina que también querían participar de esta monumental fiesta.
Entro al estadio a las 14hs y me encuentro delante de una multitud de personas. El estadio ya está lleno. Miro para todos lados, el estadio, el campo, el palco y siento que estoy frente a algo histórico y automáticamente se me dibuja una gran sonrisa. Cómo me cuesta explicar esta alegría a los que no comparten este mismo amor a la Iglesia. Cuánta es la paradoja de percibir, también, que los jóvenes que creen en el amor todavía son muchos. Saber es muy diferente a estar presente.
El tiempo pasa y el estadio se va completando. Veo mucha gente conocida que viven cerca de casa pero que por algún motivo no he podido ver de nuevo. Todos allí, esperando al gran protagonista. Todos allí, juntos, para escuchar las palabras de alguien que realmente cree en el amor y en nosotros, los jóvenes. Música y alegría siguen como un binomio imprescindible, emocionante. Imposible no sentirse delante de un momento único.
A las 1815 hs Él entra en el estadio! Gritos, palmas, fiesta, alegría! Se hace difícil contener tanta felicidad. Por primera vez el Santo Padre, Benedicto XVI, se encuentra con los jóvenes latinoamericanos. Luego de su bendición, la fiesta continúa… Danza, música y una presentación de nuestra realidad, nuestra angustia – de vivir en un mundo carente de Dios y sin ideas que sean realmente RESPUESTAS.
Entonces el Papa, con sus palabras, nos presenta su propuesta, su invitación a “creer en el AMOR”. “No desperdicien su juventud” nos dice con fuerza. En este mundo secularizado, existen invitaciones atractivas, más ilusorias. Poseer bienes, satisfacciones y placeres banales no es lo que trae la verdadera felicidad. Eso es lo que la historia y la vida (consciente) nos ha mostrado. Tenemos que enamorarnos del AMOR y vivir para que sea ÉL el agente transformador de nuestra sociedad.
La fiesta acaba y tengo la sensación de haber vivido un sueño. Tantos jóvenes, que como yo, creen en aquel hombre, en aquella idea. El camino puede ser arduo, pero después de ayer, es difícil creer que lo recorro solo.